Inundaciones, volcanes, gasolineras sin combustible… Desastres, naturales o artificiales, y siempre la llamada a la solidaridad. Pero ¿cómo se entiende este grito de ayuda? Porque no todos lo interpretan por igual.
Unos están más cerca de los egoístas teóricos y otros simpatizan con los paternalistas intrusivos. Los primeros tienen sus raíces en personajes como Bernard de Mandeville (1670-1733), autor de La fábula de las abejas, que tanto sirvió de inspiración a la teoría del laissez-faire de Adam Smith y derivados ultraliberales. He aquí una versión reducida:
«Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública; y, de rechazo, la felicidad pública causaba el bienestar de los particulares. Pero se produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada: no más lujos, no más arte, no más comercio. La desolación, en definitiva, fue general. La conclusión parece inequívoca: "Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Fraude, lujo y orgullo deben vivir, si queremos gozar de sus dulces beneficios"».
Cada profesión y cada estamento estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte
Conclusiones: (1) Una sociedad no puede ser prospera y moral al mismo tiempo ¡¿?! (2) El vicio —el «afecto desordenado» como dirían algunos cursis— o la búsqueda del propio interés, es la condición indispensable para la prosperidad. (3) Por lo tanto, el motor que mueve a la humanidad no es la solidaridad entendida como virtud, sino el egoísmo humano. (4) El llamado interés general, no es más que una mera agregación de intereses. Nada que ver con el bien común.
Para estos, cualquier intervención del tipo que sea —del estado especialmente— supone una alteración del sistema que, por la propia naturaleza de sus intereses, tiende al equilibrio y la armonía social. Dicho de otro modo: «Ni se te ocurra tocar nada, no sea que lo estropees». Ahora bien, cuando llegan las crisis financieras o las recesiones económicas alargan la mano para que papa estado les saque las castañas del fuego.
En el otro extremo, tenemos a los paternalistas intrusivos, hijos y expresión del totalitarismo marxista. Véase, ejemplo: la República Popular Democrática de Corea, conocida por Corea del Norte. Estos son algunos puntos del Preámbulo de su Constitución Socialista:
· La Republica Popular Democrática de Corea es la Patria socialista del Juche, que encarna la ideología y dirección del gran Líder, camarada Kim Il Sung.
· Tomando como su lema «Considerar al pueblo como el cielo» estuvo siempre en su seno y consagró a él toda su vida, y al atenderlo y conducirlo con la noble política de benevolencia, convirtió a toda la sociedad en una gran familia aglutinada con una sola alma.
· La república Popular Democrática de Corea y el pueblo coreano, bajo la dirección del Partido del Trabajo de Corea, enaltecerán al gran Líder, Kim Il Sung, como su eterno Presidente y llevarán a cabo la causa revolucionaria del Juche defendiendo y llevando adelante sus ideas y haciendo resaltar sus méritos.
· La Constitución Socialista de la República Popular Democrática de Corea es la constitución de Kim Il Sung, ya que ha hecho ley sus originales ideas sobre la construcción del Estado y sus proezas al respecto.
El pueblo coreano, bajo la dirección del Partido del Trabajo de Corea, enaltecerán al gran Líder
O sea, (1) todo se lo debo a un tipo y a su ideología: «Gracias, gracias, gracias, oh amado líder por cuidarme, sino fuera por ti, por tus sabios consejos, yo no sabría qué hacer con mi vida». (2) El partido se encarga de todo: de lo que tengo que pensar, soñar o decidir. (3) La sociedad se construye como una especie de teocracia materialista; un oxímoron, una aberración.
Al final, unos y otros buscan una especie de felicidad; desde los amigos de las abejas de Mandeville —satisfechos en su coto cerrado, indiferentes a las necesidades de los demás, protectores del status quo—; hasta los camaradas del partido único —ingenieros de la felicidad ajena, pretenciosos y paternalistas—. Los primeros no quieren ser molestados; dicen que ya saben cómo ser felices. Los segundos no paran de dar la matraca llevándote a una felicidad de diseño.
Sin embargo, la cuestión de la felicidad es como una moneda: en una cara están los deseos, los gustos, las preferencias. En la otra cara hay una figura: la imagen del hombre. Y aquí está el debate del que no se habla; el debate sobre la persona, reducido a un gran dilema: (1) ¿Solo soy referencia de mí mismo, de mi propia singularidad? (2) ¿O soy una construcción teórica/científica? Más claro, para encontrarme…, ¿me miro a mí mismo o tengo que encajar en un mundo feliz? Gracias a Dios, la felicidad de la persona está más allá de estos espejismos individualistas o colectivistas.
Para encontrarme…, ¿me miro a mí mismo o tengo que encajar en un mundo feliz?
Hay una realidad luminosa que rompe esta disyuntiva. Dos grandes principios antropológicos la explican:
La plenitud de la persona está en darse a los demás. Hablamos de sacrificio. Porque salir de uno mismo siempre tiene un punto de incomodidad y dolor. ¿En qué grado?... ¡Quién sabe! Quizás con la entrega de la propia vida. En cualquier caso, siempre dentro del marco de la dignidad debida a la persona.
La primacía social de la persona. La persona tiene una dignidad fundamental amparada por unos derechos inviolables. Significa entonces, que la sociedad —yo, tú, los grupos, el Estado incluido—, debe estar al servicio de la persona. Nunca al revés.
Esta primacía de la persona tiene sus raíces teológicas en la fe cristiana. Lo vemos a través de uno de los pasajes más estremecedores del Evangelio:
«Porque tuve hambre y no me distéis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; fui peregrino y no me alojasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos?, Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo» (Mateo, 25-26).
Así soy de importante. Así de importante es el otro. Por eso soy SOLIDARIO. No porque favorece mis intereses, ni los de la mayoría, ni porque el comisario político de turno me obliga. Soy SOLIDARIO porque mi vida, mi felicidad, está ligada a la de mi prójimo, porque mi destino está ligado al suyo.
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